martes, 7 de septiembre de 2010

Viajando por la Sichuan interior

Una vez una amiga china nos invitó a pasar unos días a su casa, en un pueblo interior de Sichuan.

El viaje en autobús transcurrió como era esperado: lo que debería ser un viaje de dos horas, se concluyó en tres horas y media. Lo normal en China. La política de autobuses en Sichuan es bastante estricta: "de aquí no nos vamos hasta que el autobús esté a tope". Sólo cuando sobrepasamos en 20 personas el número de asientos del autobús, partimos hacia el pueblecito. Como tiene que ser.

Viajar en autobús por Sichuan es de lo más entretenido que hay. Al parecer no es una característica propia de Sichuan, sino de la mayoría de ciudades subdesarrolladas en China y en otros países de Asia. Este tipo de autobuses no circularían en Occidente, ya que no obtendrían las licencias de seguridad e higiene exigidas por los organismos oficiales. En China eso da igual. Bueno, en la China rural. Son autobuses muy antiguos, lentos y sin ningun encanto. Están equipados con aire acondicionado (siempre a tope) y televisión. Todos los viajes en autobús están amenizados por programas de comedia chinos o películas chinas de serie B (que es lo mismo). Y a todo volumen, claro está.


En el cómic "Crónicas Birmanas", de Guy Delisle, el ilustrador expresa muy bien la situación.


Click para agrandar.
Sin embargo, lo más interesante de todo son los viajantes chinos que suben y bajan del autobús, cómo visten y cómo gritan. Debo decir que, a diferencia de lo que pueda parecer, los chinos no huelen mal. Ni el más pobre y sucio huele mal. Personalmente creo que se debe a la dieta que llevan. Su sudor es inodoro y carecen de olor corporal fuerte.

Bueno, llegados al destino, fuimos acosados por los pocos medios de transporte que tiene el pueblo, mayoritariamente 三轮车 o coches de tres ruedas (bicicletas). Como fuimos con nuestra amiga china, nos ahorramos la ardua tarea de negociar y nos recorrieron el pueblo por unos tres yuanes.

A todo esto, me refiero a esta localidad como "pueblo", aunque realmente tiene cerca de 30.000 habitantes. Eso es un pueblo en China. Y en apariencia lo es, ciertamente. Edificios de tres pisos como máximo, calles pequeñas y prácticamente sin semáforos, todo muy tranquilo y apacible. Como un pueblo, pero de 30.000 habitantes.

Íbamos a pasar la noche allí, así que nos llevó a su casa y nos alojamos en su habitación. La casa era muy acogedora, relativamente limpia y bastante más amplia de lo que había pensado. Un gran salón de unos 35m², dos habitaciones de unos 25m² cada una, cocina (que ni vimos, ni usaron), y un PRECIOSO baño turco (sí, Sheldon, es ironía). El coste de vida en este pueblo, según calculamos, rondaría unos 300 o 400 yuanes al mes (30-40€), con alojamiento incluído, y pudiendo permitirse alguna ropita o algún capricho.

Mapo Doufu
Nuestra amiga es gran aficionada a la comida, así que en ese día y medio que pasamos allí nos hinchó a comer cosas raras. Empezábamos el día con una sopa de arroz insípida y de una textura horrible, que los chinos normalmente acompañan con unos churros bastante decentes. Churros con sopa de arroz, sí, sí. Una hora después del brutal desayuno, nos invitaron a un Mapo Dofu (麻婆豆腐). En aquel momento, recuerdo que era lo que menos me apetecía del mundo. Teniendo el estómago revuelto de comer sopa de arroz con churros, intuía que comer guindillas y tofu no me iba a sentar muy bien. Para mi sorpresa, estaba buenísimo y no tuvo consecuencias para mi estómago.


Sopa de arroz
Esa noche nos llevaron a comer a un restaurante de la zona. Nos atendieron como reyes. No me extrañaría haber sido de los únicos extranjeros en comer en aquel lugar. El menú fue mucho más decente esta vez: verduritas chinas, carne de ternera con sésamo (yum) y sopa de tomates y huevo.

Al día siguiente, y para irnos calentitos a casa, nos llevaron a comer a casa de un amigo de nuestra amiga. Esta familia estaba mucho mejor posicionada, y los lujos dentro de la casa eran mucho más evidentes. Mientras que el exterior era tan pobre y sucio como el de todas las demás casas, el interior era sorprendente, con un suelo de madera impoluto y hasta una cascada típica china, pero de dos metros. Bueno, bueno, bueno, lo que nos hinchamos a comer ese día. Pollo, ternera, patatas hervidas, ensalada... todo muy occidental. Finalmente nos trajeron el plato estrella. Era algo muy parecido al chorizo, en apariencia y en sabor, pero no era chorizo precisamente. Textura, olor, tacto, sabor, prácticamente idéntico al de un chorizo fuerte... pero no era chorizo. 
Plato estrella.



La serpiente está considerada como un manjar en China, y reservada para comidas o momentos especiales. Tener un par de 老外 (guiris) en casa les parece bastante especial a los chinos, así que aquel día volvimos a probar la serpiente, y estaba buena la "jodía". En cuanto al postre, después de cada comida nos daban o bien sandía o bien mandarinas (¡de la China!).


Del pueblo en sí no hay mucho que contar. Repleto de pequeños comercios abiertos desde muy temprano y hasta muy tarde, con apenas hoteles u hostales y con algún que otro KTV muy iluminado. 


El pueblo tenía una plaza principal enorme, donde tienen lugar los eventos oficiales y donde, todas las noches, se juntan cientos de personas de todas las edades a socializarse. Es una escena increíble. Gente bailando, charlando, cantando... todas las noches, según me decía mi amiga, se montaban verbenas en la plaza.


A la hora de irnos, nos convidaron con una bolsa repleta de mandarinas del tamaño de una mano y hasta nos pagaron el billete de vuelta. Toda esta aventura nos salió por 0 yuanes, y encima estuvimos varios días hinchándonos a mandarinas (¡de la China!).

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