Nada en el mundo es tan blando como el agua.
La manera de ser del agua es infinitamente amplia e incalculablemente profunda; se extiende de manera indefinida y fluye a lo lejos sin límite. Las crecidas y menguas pasan sin cálculo.
Arriba en el cielo, se convierte en lluvia y rocío; abajo en la tierra se convierte en humedad y pantanos.
Los seres no pueden vivir sin ella, ninguna obra puede ser llevada a cabo sin ella.
Abarca toda la vida sin preferencias personales. Su humedad alcanza incluso a los elementos que se arrastran, y no busca recompensa. Su abundancia enriquece al mundo entero sin agotarse.
Sus virtudes son dispensadas a los campesinos, sin ser desperdiciadas.
No puede encontrarse ninguna finalidad en su acción.
No puede captarse su sutileza. Golpéala, y no habrá daño; atraviésala, y no será herida; acuchíllala, y no habrá corte; quémala, y no hará humo. Suave y fluida, no puede ser dispersada.
Es suficientemente penetrante para taladrar el metal y la piedra, suficientemente fuerte para inundar el mundo entero.
Tanto si hay exceso como carencia, permite al mundo tomar y dar.
Se concede a todos los seres sin orden de preferencia; ni privada ni pública, tiene una continuidad con el cielo y la tierra.
A esto se le llama virtud suprema.
La razón por la que el agua puede encarnar esta virtud esencial es que es blanda y deslizante.
Por ello, digo que lo más blando del mundo conduce a lo más duro de éste; el no ser no entra en ninguna separación.
Lo que no tiene forma es el gran antepasado de los seres; lo que no tiene sonido es la gran fuente de la especie.
Las verdaderas personas comunican con la dirección espiritual; quienes participan en la evolución como seres humanos mantienen la virtud mística en sus corazones y la emplean de manera creativa como un espíritu.

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